Cara a cara con Rodner Figueroa

Dejó atrás los guiones y los reflectores para hablar con verdad. Su historia es un renacer de vulnerabilidad, propósito y fe.

Escrito por: Luisa Rangel, Fotografía: Alex Luna, Grooming: Gio Moros Miami, Locación: Black Box Media

Escuchar a Rodner Figueroa hablar es mirar de frente a alguien que ha pasado por todas las luces y sombras del espectáculo, y que hoy, sin miedo, elige la verdad sobre el brillo. Lo hace con la calma de quien ya no necesita impresionar a nadie, solo conectar.

Yo crecí en una Venezuela donde no había distinción de raza, clase o color”, recuerda. “Todos éramos amigos, todos hermanos”. Esa imagen, la de un país plural, diverso y abierto, se le quedó tatuada en la memoria. Rodner creció en un entorno donde lo multicultural era la norma: comía pasta italiana en una casa, paella española en otra y terminaba con un sancocho venezolano en la suya. De ahí, dice, nació su capacidad de conectar con cualquier persona, sin importar su origen. “Esa riqueza cultural me enseñó que el mundo era mucho más grande que mis fronteras”.

A los 18 años llegó a Miami con un sueño tan claro como desafiante: contar historias y vivir de la comunicación. Estudió Comunicación Social y, casi por destino, su primera pasantía lo llevó a Telemundo. “Entré un lunes y el viernes ya me habían ofrecido un trabajo a tiempo completo”, ríe. Lo que empezó como un favor universitario se convirtió en una carrera que lo marcaría para siempre. De ahí, su nombre empezó a circular por los pasillos de la televisión hispana con la naturalidad de quien nació para estar en pantalla.

Yo aprendí desde muy joven que, si te mandan a buscar café, haz el mejor café del mundo”, dice. Esa frase la convirtió en mantra. Y así, con meticulosidad y talento, pasó de ser practicante a productor, y de productor a figura reconocida en la televisión más influyente del público latino. Diecisiete años en Univisión y otros siete en Telemundo consolidaron a Rodner como un rostro familiar del entretenimiento. Pero también, como él mismo confiesa, como un hombre en búsqueda.

Para mí, mi despido fue un alivio”, dice sin titubeos. Y lo dice con esa sinceridad que desconcierta. En un medio donde todo parece brillo y rating, aceptar que un final puede ser un renacer, requiere valentía. “Estaba cansado. Ya no encontraba propósito en lo que hacía. Dios me dio la patadita que yo no me atrevía a dar”.

Luego de su paso nuevamente por Telemundo, nació Cara a Cara con Rodner, un podcast que ya suma millones de visualizaciones. “Por primera vez, soy completamente libre”, confiesa. “No tengo un productor diciéndome qué preguntar ni un límite de tiempo que me obligue a cortar lo más humano de una conversación. Lo que ves ahí soy yo, sin máscaras”.

El formato largo le permitió hacer lo que la televisión muchas veces impide: profundizar. Escuchar sin prisa. Llorar si es necesario. “Yo no creo en ese periodismo que exige ser estoico. Si una historia me toca, lloro. Si me conmueve, lo digo. Esa vulnerabilidad genera conexión. La gente no conecta con la perfección, conecta con la verdad”.

Y lo cierto es que su verdad resuena. Cada semana, millones de personas se asoman a su canal buscando algo más que entretenimiento: buscan refugio. “Me escriben para decirme que los he ayudado a salir de la depresión. Que mis entrevistas los inspiran a sanar. Eso no tiene precio”, comenta con emoción. “El impacto que tengo hoy es infinitamente mayor que el que tuve en treinta años de televisión”.

Detrás de cada entrevista hay también una forma de catarsis personal. “El director de uno de los episodios me dijo: Rodner está haciendo terapia. Y tenía razón”, confiesa. “Yo también estoy sanando a través de las historias de otros”.

La pérdida de su madre fue, dice, su experiencia más transformadora. “Mi mamá fue y sigue siendo mi motor. Siento su mano detrás de cada paso que doy”. Cuando habla de ella, su tono cambia. Se vuelve más pausado, más íntimo. “Durante dos meses la vi luchar con una sonrisa, incluso entubada. Entendí que la vida no se trata de controlar lo que pasa, sino de cómo reaccionas ante lo que pasa”.

Desde entonces, su espiritualidad se volvió una brújula. “Soy 100% espiritual”, dice sin dudar. “Crecí con jesuitas, con mi abuela rezando el rosario, pero mi conexión con Dios hoy nace del agradecimiento. “Con Dios todo es más liviano”, repite como quien se lo recuerda a sí mismo. “Mi mamá me enseñó a agradecerlo todo, incluso lo que duele. Hoy entiendo que cuando agradeces, hasta el dolor se transforma”.

Hace poco visitó Roma y cruzó la Puerta Santa en el Vaticano, grabando ese momento para sus seguidores. “Se la ofrecí a quienes se sienten solos o enfermos. Quiero que sientan que alguien allá arriba los escucha”.

Esa fe, junto a la disciplina y el optimismo heredado de su madre, se convirtió en su base. Y aunque confiesa que lo han invitado a volver a la televisión en dos ocasiones, lo tiene claro: solo regresaría si puede conservar su libertad editorial. “No quiero ser preso de una línea que no esté alineada con quién soy. Mi libertad no es negociable”.

El amor también encontró un espacio en su historia. Junto a Ernesto, su pareja y socio, Rodner descubrió una nueva pasión: el café y la moda con propósito.


Su marca de ropa, Rodner Figueroa Style, nació en El Salvador durante la pandemia. “Había muchas maquilas cerradas y mucha gente sin empleo. Decidimos producir allá para apoyar a las familias salvadoreñas. Quería apostar por Latinoamérica, por nuestra gente”, explica.

Su marca de café, 5 Gotas, es otra extensión de ese amor. Inspirada en las fincas centenarias de la familia de Ernesto, se ha convertido en un proyecto de vida. “Yo hablaba del café por amor propio, y la gente empezó a pedírmelo. Hoy tenemos seis variedades y miles de clientes que me dicen que, al probarlo, se sienten transportados a El Salvador”.

La anécdota se vuelve divertida cuando recuerda cómo cambió su relación con la bebida: “Yo tomaba café con azúcar, hasta que Ernesto me dijo: ¿tú le echarías una cucharada de azúcar a una copa de vino? Desde entonces aprendí a saborearlo de verdad.”

Entre moda, café y micrófonos, Rodner parece haber encontrado su punto de equilibrio, la gratitud.

Para un hombre que ha vivido de los reflectores, su definición de éxito es sorprendentemente simple. “El éxito es la paz.” Lo dice con una sonrisa serena, casi luminosa. “El éxito financiero lo tengo, pero no me llena el alma. Hoy me levanto en paz, hago lo que amo, no le debo nada a nadie y no tengo que rendir cuentas. Todo lo que he construido ha sido desde mi autonomía. Eso es el verdadero triunfo.”

Ese equilibrio, esa armonía entre mente, espíritu y propósito, es lo que lo mantiene en pie. “Lo que está para ti, ni que te quites. Lo que no está, ni que te pongas”, dice.

Cuando se le pregunta qué quiere dejarle al mundo, su respuesta llega sin pausa: “Que no tengan miedo de ser ellos mismos. Tu mayor riqueza está en tu autenticidad. No hables para agradar, ni vivas para complacer. Sé tú mejor versión original, porque los demás puestos ya están ocupados”.

Antes de despedirse, lanza un consejo que bien podría ser su filosofía de vida:
Cuando empieces a luchar por tus sueños, se van a burlar de ti, luego te van a admirar, y al final, te van a copiar. Pero sigue, porque el que actúa desde su propósito siempre gana. Roma no se construyó en un día, pero se construyó”.

En su voz hay certeza, en su mirada hay fe. Rodner Figueroa habla desde un lugar donde no hay miedo, solo verdad. Y eso, en tiempos de ruido y pantallas, es quizás su mayor revolución.