Confesiones en tiempo de bachata
Dirección: David Alejandro Rendón Escrito por: Luisa Rangel Fotografia: Natalia Aguilera Grooming: Realiz Alcaide Estilismo: Kate Forkin
Con más de 16 millones de sencillos vendidos, 10 millones de álbumes, más de 14 mil millones de reproducciones globales y una colección de discos multiplatino en su haber, Prince Royce ha sabido convertir la bachata en un lenguaje global sin perder su acento. A pesar del estruendoso éxito, hay en él una calma intrigante, una honestidad que desarma. Se presenta hoy no solo como el artista que ha conquistado al mundo con su bachata, sino como un hombre que ha aprendido a navegar los matices de la fama, la identidad y la pasión creativa.

Hoy, además, marca una nueva etapa en su trayectoria con el lanzamiento de Eterno, un álbum íntimo y poderoso que rinde homenaje a la dualidad de sus raíces. Con influencias del R&B, pop y la bachata más pura, invitando a una experiencia cargada de nostalgia, emoción y verdad.
Nos abre las puertas de su universo interior, ese que rara vez se deja entrever tras el brillo de los escenarios. En esta conversación cercana y reveladora, descubrimos al verdadero Geoffrey Royce Rojas: el hijo, el hermano, el soñador incansable. Bienvenido oficialmente a la familia Imagen, Prince.
Si cerramos los ojos por un instante y viajamos al pasado, ¿quién era ese niño que soñaba con cantar? ¿En qué momento sentiste que tu sueño comenzó a tomar forma real?
Ese niño era un joven curioso, con la mente llena de melodías y el corazón dividido entre el bullicio neoyorquino y la calidez de sus raíces dominicanas. Me crié en los proyectos del Bronx, un entorno desafiante que, paradójicamente, me dio el empuje para querer trascender. Recuerdo pasar horas en mi habitación escribiendo letras, soñando despierto con escenarios que, en ese momento, parecían imposibles.
Cantar empezó como un juego, un escape. A los 15 grababa mis propias canciones sin pensar que eso podría convertirse en mi vida. Fue una afición que, sin darme cuenta, se convirtió en una vocación. Pero cuando a los 18 o 19 firmé con una disquera, todo cambió. La transformación vino cuando escuché mi música sonar en una emisora local; sentí que todo podía cambiar. Fue como si el sueño, por fin, me hubiera tocado la puerta.


Has mencionado que la bachata fue tu forma de conectar con tu herencia dominicana. Hoy, después de tantos años de carrera, ¿qué representa este género para ti?
Es mi esencia, mi identidad sonora. La bachata no solo es música, es una extensión de mi cultura, de mis ancestros. Aunque crecí rodeado de R&B, hip hop y pop, la bachata me habló al alma desde temprano. Cada vez que subo al escenario en cualquier parte del mundo, siento que estoy cargando con una historia colectiva. Incluso cuando no lo pienso conscientemente, cada guitarra, cada acorde que grabo en el estudio tiene ese ADN dominicano. Es algo que me conecta con mi niñez, con mi familia, con mi tierra, y a la vez me permite compartir eso con el mundo. Me siento como un embajador cultural y eso es un honor que me tomo muy en serio.
Tu carrera ha sido un viaje de constante transformación. ¿Cómo describirías tu proceso de crecimiento artístico y personal en estos años?
Ha sido una evolución natural pero desafiante. Empecé siendo un chico con sueños grandes y sin mucha experiencia. Crecí frente a los reflectores, y eso implica cometer errores en público, aprender rápido, adaptarte. He pasado de ser un joven impulsivo a un hombre que valora la introspección, la calma, el equilibrio. Musicalmente, sigo siendo curioso. Me gusta experimentar, fusionar sonidos, explorar nuevas formas de contar historias sin perder mi esencia. Creo que esa búsqueda constante es lo que mantiene viva mi creatividad. Cada etapa me ha enseñado algo nuevo, y siento que aún queda mucho por descubrir de mí mismo.
La fama suele traer momentos complejos. ¿Qué ha sido lo más difícil de este viaje para ti?
Lo más difícil ha sido adaptarme a la exposición constante. La gente ve a un artista y muchas veces no imagina que también tengamos días difíciles. A veces estoy comiendo con mi familia y alguien me graba sin pedir permiso. No porque no aprecie el cariño del público, son situaciones que me parecen curiosas aún porque soy normal, relajado. Esa tensión entre lo público y lo privado ha sido uno de los mayores desafíos. Pero con los años he aprendido a poner límites, a cuidar mi salud mental y emocional, a recordar siempre que, más allá del personaje, soy una persona.
Hablando de Geoffrey, el hombre fuera del escenario: ¿cómo ha influido tu familia en la persona que eres hoy?
Mi familia es mi raíz. Me crie en un hogar donde las celebraciones eran una excusa para reunirnos, compartir, reír. Vengo de una familia muy unida, mis primos fueron mis primeros amigos, mis confidentes. Aunque ahora todos tenemos nuestras vidas, y no nos vemos tanto como antes, seguimos muy conectados. Cuando estoy con ellos, todo se siente auténtico, me recuerdan quién soy, de dónde vengo. Esa base ha sido mi ancla en momentos de turbulencia. Siempre he dicho que, sin ese núcleo familiar, no podría mantener los pies sobre la tierra. Mi familia siempre ha estado ahí.
Con tantos logros ya conquistados, ¿qué te motiva a seguir componiendo, grabando, creando?
Me mueve el deseo de seguir contando historias. Cada etapa de la vida trae nuevas emociones, nuevos retos, y la música es mi manera de procesarlos. A veces tengo días en los que siento que no tengo nada que decir, pero luego aparece una melodía, una frase, y todo cobra sentido. También me inspira pensar en las personas que me escuchan. Saber que una canción puede acompañar a alguien en un momento difícil o hacerle bailar en una celebración, es un regalo. La música tiene ese poder transformador, y yo quiero seguir siendo parte de eso. Mi familia me motiva… también mi legado, qué mensaje voy a dejar.
En esos momentos de búsqueda, ¿qué espacios o actividades te ayudan a reconectar contigo mismo?
Correr es mi terapia. Me pongo los audífonos, salgo a trotar, y dejo que la mente fluya. Solo soy yo, respirando, sintiendo, dejando atrás el estrés. También disfruto ir a la playa, jugar golf, o simplemente visitar a mi mamá. Esos momentos de calma, lejos del ruido, me recargan. Me permiten reconectar con mi esencia, con lo que realmente importa. Es cuando me reencuentro con el porqué de todo esto.

Miras hacia atrás, y el camino ha sido impresionante. ¿De qué te sientes más orgulloso?
Sin duda, de haber podido cambiar la realidad de mi familia. Salir del Bronx y ofrecerles una vida mejor es uno de mis mayores logros. Pero también me siento orgulloso de haber representado a mi comunidad, a los latinos que crecimos en Estados Unidos entre dos mundos. Hay muchos jóvenes que, como yo, hablaban spanglish en casa, que escuchaban bachata y R&B, y que a veces no sabían dónde encajaban. Saber que mi historia puede inspirarlos, que mi música puede ser un puente, es algo que valoro profundamente.
Si pudieras cambiar algo de tu historia, ¿lo harías?
No cambiaría nada. Cada paso, incluso los errores, me ha traído hasta aquí. A veces nos cuesta ver el valor de los momentos difíciles, pero son los que nos forman. Aprendí a agradecer lo vivido, a reconocer que incluso lo que dolió tuvo un propósito. Mirar atrás y ver que estoy donde siempre soñé, me llena de gratitud. Quizás si cambio algo no estaría aquí.
En cuanto al amor, en todas sus formas, ¿cómo vives hoy esa parte emocional?
Soy alguien muy emocional, aunque a veces me cuesta expresarlo. La música me ha ayudado a canalizar sentimientos que quizás no sabría decir de otra forma. Hay gente que dice ‘qué romántico’, pero en la vida real es un poco diferente. Pero con el tiempo he aprendido a ser más abierto, a decirle a mi papá que lo quiero, a abrazar más a mi mamá, a estar más presente con mi familia y mi pareja. El amor está en los gestos diarios, en los silencios compartidos, en saber estar.
Y ahora, ¿cuáles son tus sueños personales y profesionales?
Estoy entrenando para completar seis maratones, lo cual es un reto enorme para mí. Es algo muy personal, que va más allá del físico: es disciplina, constancia, superación. Profesionalmente, me gustaría explorar la actuación, la dirección, involucrarme más en proyectos que tengan un impacto social. Siento que aún hay muchas formas en las que puedo expresarme y aportar. La música siempre será mi base, pero no quiero limitarme. Quiero crecer, reinventarme, seguir soñando.
¿Le temes a algo?
No me gustan las iguanas (risas), pero no le tengo miedo a muchas cosas. Hago skydive, me tiro de aviones. Obviamente, si veo un tiburón me asusto, pero no salgo a la calle con miedo. Salgo con precaución, pero disfruto la vida. Me gusta experimentar sensaciones extremas, porque me recuerdan que estoy vivo. Creo que el miedo muchas veces limita más que protege, y yo he aprendido a vivir con valentía, con responsabilidad, pero también con el deseo de no dejarme frenar por el “qué pasará”.
En el género de la bachata, tu influencia ha sido transformadora. ¿Qué legado te gustaría dejar?
Me encantaría que se dijera que ayudé a abrir puertas, que hice que más personas se enamoraran de la bachata. Que inspiré a nuevos artistas a atreverse, a no tener miedo de mezclar, de innovar. La música tiene que evolucionar, pero sin perder el alma. Y si algo quiero dejar, es eso: autenticidad, pasión, verdad. Quiero que los jóvenes músicos sientan que pueden traer su historia, sus raíces, su acento, y aun así conectar con el mundo.
«Eterno» es tu nueva apuesta. ¿Qué nos revela este álbum de ti?
Es mi homenaje a la dualidad que siempre ha vivido en mí. Combina influencias de los 70, 80 y 90, es una carta a mis raíces, R&B, pop, bachata en una propuesta fresca pero nostálgica. Es un disco que conecta generaciones, que evoca tiempos donde la música se sentía más cruda, más real. Quiero que quienes lo escuchen, ya sea que conozcan los clásicos o no, puedan crear nuevas memorias. Es para quienes quieren recordar, pero también para quienes buscan conectar con algo nuevo. Es un disco que te invita a sentir.
Para cerrar, una pregunta esencial: ¿cuál es tu definición de éxito hoy?
Éxito es paz. Es levantarte cada día con un propósito, rodeado de las personas que amas. Es mirar atrás y sentirte orgulloso, pero también tener hambre de seguir. Es saber que tu trabajo deja huella, que tu voz tiene eco. Para mí, el éxito no está en los premios ni en las cifras, sino en la capacidad de seguir soñando con los pies en la tierra. También es equilibrio: poder hacer lo que amas sin perder tu centro, sin olvidar de dónde vienes.