Escrito por: Luisa Rangel Fotografía: Jorge Sans Maquillaje y Peinado: Edwin Ramírez
Vivian Menéndez no solo transforma sonrisas, también cambia destinos, ha recorrido un camino de resiliencia, amor por la estética y maestría clínica. Madre de dos hijas, empresaria y odontóloga con más de veinte años de experiencia, ha convertido su pasión en legado. Hoy lidera tres clínicas en el sur de la Florida bajo el sello Art Dental Studio, y se ha consolidado como emblema de una nueva generación de mujeres que inspiran por su ética impecable, su sensibilidad humana y su compromiso con una belleza natural que nace desde adentro.

Vivian, ¿cómo ha sido tu historia desde que llegaste a Estados Unidos?
Llegué hace muchos años con un título bajo el brazo y muchas más ilusiones que certezas. Era dentista en Cuba, pero al llegar aquí tuve que comenzar desde cero: trabajé de asistente dental, observando desde afuera aquello que sabía hacer. Aprendí el idioma con un traductor pequeñito de esos que ya nadie recuerda. Tres años después logré entrar a la escuela dental en EE. UU., y el resto es historia escrita con esfuerzo.
Ese amor por la odontología viene de familia, ¿cierto?
Totalmente. Mis padres son dentistas, mi hermana también. Crecí entre historias clínicas, instrumental y conversaciones sobre casos complejos que escuchaba como si fueran cuentos. Desde chiquitica, lo único que soñaba era ponerme una bata y trabajar sonrisas. Era eso o nada. Y con el tiempo, entendí que lo mío no era solo una profesión, era un legado.
¿Y cuándo descubriste tu vocación por el diseño de sonrisa?
Cuando comencé a ejercer aquí, noté una tendencia muy marcada hacia lo artificial, las sonrisas exageradas. Yo, en cambio, empecé a sentir una inquietud: ¿por qué no realzar lo bello sin perder lo propio? Así nació mi sello. Me obsesioné con la armonía entre estética y salud. No creo en dientes blancos hasta la irrealidad, ni en carillas que parecen de muñeca. Creo en sonrisas que honran la anatomía de cada persona, que acompañan su rostro y cuentan su historia sin gritarlo.
¿Qué retos enfrentaste como mujer inmigrante en este campo?
Muchísimos. El idioma, la validación profesional, ser madre al mismo tiempo. Pero, sobre todo, el escepticismo. Muchas mujeres llegan a este país y piensan que sus títulos, su vocación o su sueño ya no aplican. Yo quiero demostrar lo contrario. Me tocó estudiar con niñas de 20 cuando yo ya tenía dos hijas. Trabajé de noche, estudié de día. Y aquí estoy. Abriendo clínicas y liderando un equipo humano que comparte mis valores.
¿Qué te llena de orgullo en tu práctica?
Cada vez que entrego una sonrisa y veo que no solo cambié una estética, sino una vida. Hay pacientes que me cuentan que no fueron a su fiesta de 15 porque les daba pena sonreír, hombres que han usado prótesis removibles por años y no sabían lo que era verse completos. Esas historias, son mi verdadero motor. Porque una sonrisa bonita no es un lujo, es parte de la autoestima, del derecho a reconocerse en el espejo con alegría.


Tu clínica se ha vuelto punto de referencia, incluso entre figuras públicas. ¿Cómo manejas esa exposición?
Con humildad y con precisión. Cuando trabajas con alguien conocido sabes que esa sonrisa la van a analizar millones de personas. No puedes fallar. Pero trato a todos igual. La presión me hace más rigurosa, pero el respeto es el mismo. La sonrisa de una madre de familia es tan importante como la de un artista. Eso sí, el nivel de exigencia me ha llevado a perfeccionarme cada día.
En lo personal, ¿cómo combinas tu rol de madre con tu carrera?
Con amor y con exigencia. Mis hijas bromean porque soy de las que apenas abren los ojos, les digo: “¡Cepíllense los dientes!”. No lo puedo evitar. Pero más allá de lo dental, quiero enseñarles que pueden tenerlo todo: familia, carrera, respeto propio. Que no hay que renunciar a una parte para tener la otra. Me gustaría que alguna continúe esta tradición, pero sobre todo que sean libres de escoger y felices haciéndolo.
¿Y qué es el éxito para ti?
Es ese equilibrio entre ver a mis hijas dormir en paz y cerrar una jornada de trabajo sabiendo que hice lo correcto. Es mirar atrás y saber que no me rendí, que hice honor a mi historia y que construí algo real. El éxito es una combinación entre la parte profesional y la parte familiar, porque si no tuviera esa bella familia que tengo, de verdad que el éxito no sería nada.