El 2024 ha marcado un hito alarmante: es oficialmente el año más caluroso jamás registrado, según datos recientes del Servicio de Cambio Climático Copernicus (C3S) de la Unión Europea. Este año, por primera vez, la temperatura media global superó los 1,5 °C respecto a los niveles preindustriales de 1850-1900, un umbral crítico señalado por los científicos como punto de inflexión para el cambio climático.
Desde olas de calor letales en México, Malí y Arabia Saudita, hasta inundaciones devastadoras en Nepal, Sudán y Europa, las catástrofes climáticas no dieron tregua este año. La sequía afectó regiones como Italia y Sudamérica, mientras que ciclones destructivos golpearon Estados Unidos y Filipinas.
El aumento de las temperaturas está estrechamente ligado a las emisiones de dióxido de carbono (CO2) provenientes de la quema de combustibles fósiles, que alcanzaron un récord histórico este año. A pesar de los compromisos globales para reducir las emisiones, la inacción continúa agravando los efectos del calentamiento global.
Además, mientras los científicos monitorean la posibilidad de un patrón climático de La Niña en 2025, que podría enfriar temporalmente la superficie de los océanos, esto no alterará la tendencia de calentamiento a largo plazo causada por las emisiones humanas.
Según Friederike Otto, experta del Imperial College de Londres, aunque las temperaturas globales puedan fluctuar, los riesgos no disminuirán. “Seguiremos experimentando altas temperaturas, lo que provocará peligrosas olas de calor, sequías, incendios y ciclones tropicales”, señaló.
El cambio climático ya no es un problema del futuro, sino una crisis actual. Las recientes negociaciones de la ONU sobre el clima lograron un acuerdo de 300 mil millones de dólares para enfrentar este desafío, pero muchos lo consideran insuficiente frente al costo de las catástrofes climáticas.