Raíces profundas, voz propia y una nueva forma de habitar la fama desde la autenticidad.
Dirección: David A. Rendón, Fotografía: Jorge Duva, Maquillaje y Peinado: Cesar Ferrette, Estilismo: Gio Moros Miami, Video: Juanma, Accesorios: Makipalmata, Kopp & Sierra Joyería, Locación: Ampersand Studios, Asistente de maquillaje y peinado: Miguel Ángel Cardozo, Técnico digital: Gazdigi, Asistente de fotografía y vídeo: Gino Adriánzen Díaz, Asistente de estilismo: Claudia Sánchez Roldán
En la imagen pública de Andrea Meza se conjugan elegancia, fuerza y una serenidad que parece innata. Pero más allá de las luces del certamen que la coronó Miss Universo 2020, hay una historia que se escribe en voz baja, desde la raíz. La historia de una joven que salió de Chihuahua con una maleta llena de sueños y el alma anclada a su tierra. Lo que descubrió en el trayecto no fue solo fama: fue su voz, su esencia y una nueva forma de pertenecer al mundo sin dejar de ser profundamente mexicana.

Andrea lo resume con sencillez; cuando salió de México, no fue solo un cambio de dirección geográfica, sino una transición de identidad. A sus 26 años, edad con la que se convirtió en Miss Universo, dejó atrás Ciudad de México para instalarse en Nueva York y más tarde en Miami, en un ritmo de vida que ya no tiene los compases de su infancia. Pero con la distancia llegó la nostalgia: «la comida… cada vez que voy a México es como que anhelo ir a volver a probar esa sazón que por muy restaurantes mexicanos que uno encuentre fuera no es lo mismo», relata. También extraña la música que ambientaba los fines de semana en casa, el aroma a café colado por su madre, y las conversaciones que parecían detener el tiempo. Porque cuando se parte de un lugar que se ama, no solo se empacan pertenencias: se guarda también una versión íntima del hogar, una que solo revive cuando se regresa.
Creció entre paisajes que hoy evoca con melancolía: las dunas de Samalayuca, el bosque entre montañas de la Sierra Tarahumara, el tren que atraviesa barrancas infinitas. «El Valle de los Monjes… siento esa conexión espiritual grande», confiesa, describiendo lo que para muchos sería simplemente vacación, para ella es retorno al origen. Este número de Imagen Miami aparece cercano al 20 de noviembre, el día que rememora la Revolución Mexicana, y la conversación con Andrea va en la misma dirección: no solo mirar su éxito global, sino abrazar la tierra de donde viene, la historia que la sustenta, la mujer que sigue siendo.
Muchas podrían creer que la corona fue su primer gran salto al mundo; en realidad, Andrea ya había recorrido una ruta distinta. Estudió ingeniería de software en la Universidad Autónoma de Chihuahua, un ámbito masculino por tradición, y trabajó como ingeniera antes de poner el foco en las pasarelas. Fue precisamente esa complejidad lo que le dio cuerpo a su discurso cuando se alzó con Miss Universo: no solo belleza, sino mente, un corazón con causa. «Beauty radiates not only in our spirit but in our hearts and the way that we conduct ourselves», dijo. Y después de coronarse, vino lo inesperado: al dejar la cima, se preguntó “ok, ya llegué hasta aquí, ¿ahora qué?”. Como ella misma describe, el título fue «un escalón, no la meta». Esa conciencia la diferencia: muchas buscan la corona, ella se dio cuenta de que lo que sigue es tan o más relevante que el brillo del momento.

Volver a México es para Andrea reencontrar la versión sin filtros de sí misma, acento que emerge, palabras que fluyen, risa que brota. «Cuando regreso a México estoy con mis amigos y mi familia y eso como que despierta… soy mal hablada y bien mexicana», dice entre risas. Y es que en el escenario global se adaptó; en el corazón nunca dejó de ser la niña de la ciudad del norte. Recuerda la canción de las mañanitas, el frío de la chimenea en la sierra, los recorridos por la naturaleza que su familia le inculcó. Esa chica que se levantaba temprano para ver la neblina sobre el lago, que se sentaba con su papá al lado de la guitarra, esa esencia sigue viva. La corona puede subir alto, los aires pueden cambiar, pero ese centro permanece inamovible. Y ese regreso trae un efecto más: revalorar lo propio. Lejos de casa, entendió que el sentido de pertenencia, eso que a veces creemos inquebrantable por costumbre, adquiere una dimensión completamente nueva cuando lo observas desde la distancia. Ya no es solo un lugar, es un ancla emocional, un espejo que te recuerda quién eres cuando todo a tu alrededor cambia. Y hoy lo manifiesta con orgullo y claridad: no como una nostalgia que pesa, sino como un impulso que la mueve a seguir creciendo con sentido.
Cuando le preguntan por sus luchas, responde con honestidad: «Mi lucha más grande ha sido encontrar mi voz y hacerla escuchar». Lo cuenta desde la escuela, cuando se armaba de valor para levantar la mano, hasta hoy, cuando tiene micrófonos a diario y entiende que hablar es un acto de responsabilidad. «Lo que cambia no es que yo tenga los micrófonos, sino qué voy a decir ahora que me están escuchando». Ese salto de niña tímida a figura pública es evidente en su tránsito a la televisión, donde le toca debatir, opinar, argumentar. «Ahora tengo un estilo de vida totalmente diferente», relata: ya no solo se trata de modelos y luces, sino de relevancia, de posicionamiento, de comunidad. Y ahí, esa mexicana de 1.80 m que de niña corría en la sierra, encuentra su próxima cima.
El éxito no está exento de sombras. Andrea habla de un momento difícil: la depresión. En medio del brillo, de los titulares, admite que «me sentía sola, aunque estuviera acompañada». Esa vulnerabilidad que se convierte en fuerza. Fue su pareja quien observó complicado su silencio y dijo lo que muchas veces nadie dice: «necesitas ayuda profesional». Y ella aceptó. La terapia, explica, fue clave. No como señal de debilidad, sino como acto de amor propio: «la única que te puede sacar de ahí eres tú misma», afirma. Y en esa lucha ganó algo más: entendió que no hay gloria sin autoconocimiento y cuidado. Aprendió también a ser paciente con sus emociones, a comprender que incluso la mujer más fuerte necesita espacios para quebrarse y reconstruirse.


También hay alegrías, nuevas etapas que la han transformado. Este 2025 es especial para Andrea: se casó, compró su primera casa y abrazó una rutina que mezcla trabajo con calma interior. «Me convertí en señora este año, y lo digo con orgullo», comenta entre risas. Ha encontrado en su hogar un refugio que la conecta con lo esencial. Agradece a su esposo Ryan, a sus colegas, a quienes han confiado en su talento, y a ese México que, incluso desde lejos, sigue presente en cada decisión que toma. El matrimonio también le ha traído nuevos aprendizajes: compromiso, empatía y la construcción diaria de una vida compartida. «Nada cambia, pero cambia todo», afirma con esa madurez serena que ahora la define.
Si hablamos de miedos, Andrea señala su dificultad para decir que no. Durante años, su necesidad de complacer a los demás la llevó a aceptar compromisos y decisiones sin cuestionarlos, incluso cuando no encajaban con sus deseos reales. “Poner límites era muy difícil para mí”, admite. Hoy ha aprendido a soltar esa presión, priorizarse y escuchar con más claridad lo que realmente necesita.
Vegana desde hace casi siete años, también ha transformado sus hábitos de vida. «En mi familia todo se celebra con carne asada, pero yo llevo mis champiñones, nopales y tortillas», comparte que la cocina, la sazón sigue siendo un puente hacia su infancia. Es amante del tequila bien servido, de las risas que se quedan en la mesa y de esos sabores que saben a casa. En Miami, busca ese sabor en cada platillo, también en la música: aunque su esposo no comparte del todo el gusto por el mariachi, ella insiste en compartirle la historia de Vicente Fernández. Y aunque su ritmo de vida sea otro, hay rituales que se resguardan como tesoros. «Me gusta despertar despacio, tomar mi café sin prisas, escuchar cómo empieza el día…sin apuros, sin exigencias externas, solo con presencia».
Aunque hoy su rutina es en Miami, Andrea no descarta la idea de volver a México algún día, quizá a un rincón tranquilo en la sierra. Lo ha platicado con su esposo: una casita en las montañas, aire limpio, café por las mañanas sin prisa. No es un plan con fecha, pero sí un deseo latente.
El activismo social también ha sido constante. Durante su reinado, alzó la voz por los derechos de las mujeres, promovió causas de salud mental y usó sus plataformas para hablar desde la empatía. Tras su paso por el matutino «Hoy Día» de Telemundo, donde se ganó el cariño del público por su frescura y carisma, Andrea asumió un nuevo reto en «La Mesa Caliente» de la misma cadena, un programa donde el debate, la opinión y la actualidad son el eje. Desde allí, sigue construyendo puentes de reflexión con una audiencia diversa y exigente. En cada participación, Andrea demuestra que no solo sabe llevar una corona, sino también sostener una conversación que importa. En esta nueva etapa ha encontrado un propósito más profundo: formarse, leer, investigar y hablar con responsabilidad. «A veces no sabes qué piensas hasta que te toca decirlo en voz alta», confiesa con franqueza. Y es en ese ejercicio de pensamiento crítico y autoconciencia donde también se reinventa. No le teme al error, porque entiende que equivocarse es parte del aprendizaje; lo que no está dispuesta a hacer es hablar por hablar.
Para cerrar la charla, Andrea comparte tres anhelos aún sin tachar en su lista de vida: aprender otro idioma (había comenzado portugués), tocar un instrumento o tomar clases de canto, y tomarse más cafés con amigas, esas pequeñas cosas que a menudo quedan al final de la agenda. También le ilusiona explorar más del mundo: confiesa que, aunque ha viajado mucho por trabajo, aún no ha visitado Europa más allá de una escapada a Grecia. Para ella, viajar no es solo desplazarse; es expandirse, una oportunidad de contemplarse en nuevos contextos y redescubrir aquello que le da alegría.
Sabe que el éxito no se mide en alfombras rojas; parte del triunfo está en ser auténtica, en conservar el sabor profundo de la tierra, en encontrar la voz que merecía emerger.
Andrea es la mexicana que entendió que su corona fuera del escenario tiene tanto poder como aquella que se exhibió con brillo y lentejuelas. Desde Chihuahua al mundo, desde la sierra al estudio de televisión, desde la soledad a la palabra firme, su historia es un cable directo con lo que somos muchos: raíces, vuelo, regreso. «Mientras yo sea fiel a mi verdad y a quien soy, eso me da mucha tranquilidad», dice ella. Y en esa frase tan simple como profunda nos deja saber que la reina ya no necesita que todos la miren para sentirse fuerte; basta con que ella se reconozca, se respete, se dé lugar.


