El humo blanco volvió a elevarse desde la Capilla Sixtina y, con él, una nueva etapa se abre para la Iglesia católica. Esta vez, el elegido no solo sorprendió por su nacionalidad, sino también por la profunda huella que ha dejado en tierras lejanas al Vaticano. Robert Francis Prevost, nacido en Chicago en 1955, fue proclamado este 8 de mayo como el papa número 267 en la historia de la Iglesia, y eligió el nombre de León XIV, un guiño al coraje, la templanza y el legado de quienes han defendido los valores eclesiásticos en tiempos de cambio.

Pero más allá de su origen estadounidense, hay un país que lo siente suyo desde hace décadas: el Perú.
No se trata de una relación superficial ni diplomática. El nuevo sumo pontífice se nacionalizó peruano, no por conveniencia ni formalidad, sino como parte de una misión profunda que lo transformó tanto a él como a las comunidades que tocó. Su historia con el Perú comenzó en los años 80, cuando fue enviado como misionero agustino a Chulucanas, en Piura, una de esas regiones que suelen quedar fuera de los mapas geopolíticos, pero que muchas veces son el epicentro de la fe viva.
Allí caminó junto a los más humildes, aprendió de su cultura, de sus desafíos y también de su inquebrantable espiritualidad. Años después, fue nombrado arzobispo de Chiclayo, consolidando un vínculo pastoral que marcó una época. Hoy, León XIV no solo conserva su DNI peruano —símbolo burocrático para algunos, pero para él, un documento de identidad espiritual—, sino también el afecto de un pueblo que lo reconoce como uno de los suyos.
Este nuevo papado también representa un equilibrio necesario. León XIV ha transitado tanto por las alas progresistas como por los corredores conservadores de la Iglesia. Su rol como prefecto del Dicasterio para los Obispos, nombrado en 2023, lo colocó en el corazón de la toma de decisiones sobre quién lidera las diócesis del mundo. Con formación en teología en Roma y un doctorado en derecho canónico obtenido en Bélgica, su perfil académico es robusto, pero su verdadera fuerza parece estar en su capacidad de conectar realidades humanas con la doctrina.
Con 69 años, asume el pontificado en un momento clave para la Iglesia. Sucede al papa Francisco, el primer pontífice latinoamericano, quien durante 12 años impulsó una Iglesia más cercana, más inclusiva y consciente de los desafíos del siglo XXI. León XIV no solo deberá continuar esa misión, sino también aportar su propio sello: uno que hable en varios idiomas, que sepa de fronteras pero también de puentes, que combine la razón del canon con la ternura del misionero.