Entrevista: Luisa Rangel
Daniel Habif nos habla del precio del éxito, las heridas que lo marcaron, el amor que lo sostuvo y la fe que lo sigue salvando
Escritor, orador, esposo, creyente. Daniel Habif no necesita presentación, pero sí una pausa. Porque escucharlo no es solo recibir un mensaje poderoso; es atravesar el miedo y vivir una experiencia.

Con millones de seguidores, libros publicados, y giras que han llenado teatros en cientos de ciudades, este mexicano, que a pulso se ha hecho ciudadano del mundo, se ha convertido en uno de los referentes más importantes del desarrollo personal en español. Pero detrás de cada frase inspiradora, como él mismo lo dice, “en construcción”, hay alguien que ha transitado desiertos emocionales, que ha dudado, llorado, amado, y que hoy se sienta con nosotros a hablar con total honestidad sobre heridas, amor, éxito y fe, no solo para conocer al autor o al conferencista, sino al hombre que, cada día, decide no rendirse.
¿Quién es Daniel Habif cuando se apagan las luces del escenario?
Siempre me ha costado definirme. Creo que soy una obra que aún está siendo tallada por un artesano divino. Si tuviera que elegir un título, diría que soy escritor, porque escribir es mi pasión más grande. Pero más allá del oficio, me considero un siervo, un discípulo de Cristo. Esa es mi identidad más profunda. No tiene que ver con perfección, sino con propósito. También soy esposo, hijo, amigo… y, según mi madre, un buen hijo (ríe). Todo lo demás son añadiduras.
Mis talentos son un fideicomiso que trato de cuidar con diligencia, porque sé que algún día rendiré cuentas de cómo los usé. Me he convencido de que el conocimiento no es para guardarse en una bóveda personal, sino para ser compartido, multiplicado en otros. La vida me ha enseñado que lo importante no es cuánto alcanzas, sino a cuántos ayudas a alcanzar su propia cumbre. Por eso sigo escribiendo, hablando, creando, pero siempre recordando que el verdadero valor no está en el escenario, sino en lo invisible que se siembra en los corazones.
¿Qué parte de tu personalidad crees que pocos conocen?
Probablemente que soy muy solitario. Me gusta el vino, el café, viajar, hablar mucho eso se nota, ¿no?, pero también disfruto profundamente el silencio.
El silencio es un lugar sagrado para mí. Es ahí donde me confronto, donde resuenan las preguntas incómodas que después transformo en reflexiones. Soy apasionado, pero introspectivo. No me interesa la perfección, me interesa la autenticidad.


En tus libros hablas de heridas, de fe, de amor. ¿Cuál ha sido la herida que más te ha moldeado?
Las de la traición, sin duda. He sufrido un par que me atravesaron profundamente. Durante mucho tiempo, entregué partes de mí a personas equivocadas, y eso envenena, pero no me arrepiento.
La traición tiene esa capacidad de romperte en lugares donde ni siquiera sabías que podías quebrarte. Pero también es una herramienta de Dios para moldear el carácter. Hoy miro hacia atrás y entiendo que esas heridas me hicieron más selectivo, más consciente de a quién le entrego mi tiempo y mi confianza.
Lucho por otros, incluso cuando sé que no todos lucharán por mí. Tengo el superpoder de perdonar de verdad, no de palabra. De esos perdones que ya no duelen cuando recuerdas. Eso, creo yo, es una victoria espiritual.
Has tocado millones de vidas con tus palabras, pero ¿Qué significa realmente el éxito para ti? ¿Y qué precio has pagado por alcanzarlo?
El éxito no es la fama, ni los números. Para mí, es poder despertar al lado de la mujer que amo después de veinte años y seguir eligiéndola. Es llamar a tu hermano y que te responda con alegría. Es que alguien que te conoce desde hace treinta años te diga: «No has perdido la chispa».
Claro que he pagado un precio, y ha sido alto. He vivido más en la escasez que en la abundancia. Más en el conflicto que en la tranquilidad. Pero aprendí a tener paz en la tormenta. Mi carácter se formó a fuego lento. ¿Ha valido la pena? Absolutamente. Me daría vergüenza llegar al final de mi vida y haber sido un siervo inútil.

¿Recuerdas un momento de tu infancia que definió esa manera testaruda de ver la vida?
Sí. Cuando era niño, me encantaba subirme al columpio e impulsarme lo más alto que pudiera. No me bastaba con el simple vaivén; quería tocar el cielo con las puntas de los pies. Lo hacía solo, sin que nadie me empujara. Creo que ese niño entendía algo: que la vida se trata de avanzar entre el pasado y el futuro, sin dejar que el presente te devore. Hoy entiendo que no hay sueños grandes sin conflicto. Cada logro trae consigo su propia batalla. Pero el verdadero éxito es poder seguir siendo tú, incluso cuando la cima te tienta a olvidar quién eres.
¿Qué haces cuando el mensaje que compartes con otros es el mismo que necesitas escuchar tú?
Uff, me pasa todo el tiempo. Muchas veces, cuando estoy escribiendo o grabando algo, me doy cuenta de que esa palabra es para mí. Pero también sé que no todo lo escribo yo. Hay algo más grande que se manifiesta. Yo pongo la pluma; Dios, la tinta. Y si no me nace desde la entraña, no lo público. Tengo cientos de textos guardados que nunca verán la luz porque no eran honestos. Me esfuerzo mucho en no volver enredoso lo que ya es complejo. La verdad es que lo que digo, lo camino. Y quienes me conocen en serio, lo saben.
Escribir para mí es una forma de sanar. Cada frase es un espejo. A veces me siento a escribir con la intención de ayudar a otros, y termino siendo yo quien encuentra alivio en esas palabras. Es un ejercicio de humildad reconocer que el mensaje también me confronta. Que no estoy exento de dudas, de miedos, de procesos.
En tus últimas apariciones hablas del amor con mucha profundidad, ¿Cómo te ha transformado?
Mi matrimonio ha sido una columna. Mi esposa me salvó con una sola frase en uno de los momentos más oscuros de mi vida. Me dijo: “Dime dónde te duele, para amarte más ahí”, eso me cambió para siempre.
Estar en pareja es mucho más que compartir lo bonito. Es entregar también lo que no está resuelto. Muchos vínculos fracasan, no por falta de amor, sino por falta de responsabilidad emocional. El amor no es espontáneo todo el tiempo, a veces se prueba en las conversaciones incómodas, en los límites, en los silencios, el amor madura y madurar duele.
Convivir es exponerse, es permitir que el otro vea no solo tus luces, sino también tus sombras. El amor verdadero no se sostiene solo con emociones, sino con decisiones diarias. Mi matrimonio ha sido mi escuela más intensa, pero también la más hermosa. Allí he aprendido a amar con estructura, a quedarme cuando el entusiasmo se apaga, a escuchar cuando el ego quiere gritar.


¿Alguna vez pensaste en rendirte del todo?
Sí. Y no es una señal de debilidad, es una señal de humanidad, pero ahí estuvo el amor, no solo el romántico, también el amor propio, el amor de Dios, volver a amar es un acto de fe. Y no se puede amar a otro si no aprendes a amarte a ti mismo. Nadie viene a salvarte. Yo soy una naranja completa, y mi esposa también. Juntos hacemos jugo, pero enteros.
He cruzado desiertos emocionales en los que pensé en tirar la toalla. Momentos de profunda oscuridad, donde solo quedaba la fe como ancla, pero esos mismos momentos me enseñaron que rendirse no es una opción cuando entiendes que tu vida no te pertenece solo a ti, que hay un propósito más grande esperando ser cumplido.
¿Qué le dirías a alguien que hoy siente que no puede más?
Detente, no te está persiguiendo nadie. Estamos obsesionados con correr, con llegar, pero ¿llegar a dónde? Nos pasamos la vida persiguiendo cosas que ni siquiera queríamos. Cuando alcancé uno de mis sueños más grandes, lo primero que pensé fue: «Aquí no hay oxígeno» Así que bajé. Y no bajé solo, bajé para decirle a otros que no todo está en llegar. Lo verdaderamente poderoso es subir acompañado, y saber cuándo es hora de regresar.
A veces confundimos la prisa con el propósito. Mi consejo es simple: detente, respira, depura, la vida no es una competencia. Aprender a disfrutar el proceso, a valorar el presente, es lo que realmente nos salva de la ansiedad de “tener que llegar”.
¿En qué cree hoy Daniel Habif que antes no creía?
Antes no creía que ser bueno fuera difícil. Hoy sé que lo es. Hacer el bien no debería ser un mérito, sino una responsabilidad, pero cuesta…cuesta más que hacer daño. Cuando uno ama profundamente, el corazón se ensancha y cuando te ensanchas, caben más personas, más heridas, más colores. Uno se vuelve vulnerable, pero también más humano.
Ser bueno no es un camino sencillo. Hay mucho entusiasmo, pero poca disciplina. Ser bueno exige esfuerzo constante, incluso cuando no hay aplausos, incluso cuando no es rentable. Antes pensaba que la bondad era algo natural, algo que no requería tanto trabajo, pero la vida me ha mostrado que ser bueno de verdad amar, perdonar, mantenerse íntegro es un acto de resistencia.

¿Qué viene ahora para Daniel Habif?
Estoy escribiendo un nuevo libro junto a mi esposa, un proyecto muy especial porque es la primera vez que trabajamos un texto a cuatro manos. Escribir en pareja es un reto, pero también una bendición.
Además, estoy retomando proyectos musicales. Siempre he tenido la inquietud de llevar mis palabras a la música, no como intérprete, sino como compositor. Quiero escribir canciones para otros artistas, ver cómo esas letras cobran vida en otras voces, en otros escenarios. La música tiene un poder transformador distinto al de la palabra hablada, y me emociona explorar ese camino.
También estoy regresando al cine y al teatro, dos territorios que me apasionan y que había dejado en pausa por las giras y compromisos: Soy un hombre de curiosidades infinitas, me aburro rápido de lo cómodo, siempre estoy buscando nuevos desafíos creativos, aunque no siempre tenga claro hacia dónde me llevan. No me interesa la velocidad, me interesa la profundidad.
Como digo siempre: tengo miopía, hipermetropía y astigmatismo, así que no alcanzo a ver muy lejos… por eso voy paso a paso.
Ahora mismo, lo más importante para mí son los próximos 20 minutos. Vivirlos con verdad, con gratitud, con intención. Porque el futuro, al final, es la suma de esos pequeños momentos bien vividos.
Y si esta entrevista fuera una carta, ¿cómo la firmarías?
Amen. Es más tarde de lo que creen.