LOS ELEFANTES DE SOUTH BEACH

Palabras por Luis Escobar 

No muchos podemos imaginarnos la Florida sin su atractivo turístico, contemplando playas paradisíacas de arenas blancas y casi de la textura de polvo para bebés; aguas de varios tonos de azules y un clima veraniego casi todos los días del año. Mujeres que despampanantes, caminan por Lincoln Road tomando sus batidos de varios vegetales para conservar la figura perfecta y esos cuerpos angelicales construidos con horas de Crossfit. Lugares nocturnos donde se desvelan los más adinerados de la ciudad, por pasar un buen tiempo, mientras escuchan música electrónica de los mejores exponentes en el mundo, cualquier día de la semana.

Pero Miami Beach no se hizo en un día y no hace más de un siglo, increíblemente, esto era solo un manglar a punto de ser dragado y curado, por la iniciativa de un visionario astigmático de Greensburg, Indiana, Carl Fisher.

Nacido en 1874, empresario en la industria automovilística, dueño de la pista de Indianápolis, diseñador de la Lincoln Highway, y precursor de la Dixie Highway, Carl Fisher era un hombre activo y vigente para su época. Siempre pensando en cómo hacer negocios, y  cómo convertir a  Estados Unidos un país más conectado. Fisher siempre estaba pendiente de cómo subir los estándares de las ciudades donde vivía y cómo persuadir a la gente a hacer negocios seguros, con todo y que en muchos, había riesgos que los asumía él, en vez de sus inversionistas.

Justo después de su luna de miel con Jane Watts, Fisher bajó a Miami a recoger su barco, tras haber sufrido un naufragio. Al encontrar el clima agradable de la península floridana, Fisher compró una casa con vista a la Bahía de Biscayne al final de este invierno. Fisher volvió a Indianápolis solo a liquidar sus negocios y bajar a Miami, donde conoció al ya entrado en edad, John Collins.

Con ayuda de Fisher, Collins a sus 75 años, consiguió terminar el primer puente que cruzó la Bahía de Biscayne, y en consecuencia, abrió el primer portal de madera, para entender que podía transformar ese manglar pantanoso, en una urbe de resorts, glamour y claro, negocios. Fisher construyó 4 hoteles: El Lincoln, El Flamingo, El Nautilus y El King Cole, los cuales le trajeron prosperidad y mucha fama a las bellas playas paradisíacas de Miami Beach, casi en el punto en el que Fisher había tirado la casa por la ventana.

De su legado, lo más claro es un campo de golf en Alton Rd, justo adyacente a un barrio de bastante clase, a pocas calles del Hospital Mount Sinai y del Centro de Convenciones de Miami Beach. Este campo de golf pertenecía al Nautilus, situado en la costa oeste de la recién construida Miami Beach, a tan solo unas yardas de la joya más grande de Carl Fisher. El Flamingo, un sueño que se había materializado para el abuelo de South Beach, justo después de haber construido todo un escenario, transformando un pantano en parques, calles, alcantarillado, y  le había dado el nombre de Miami Beach, junto al viejito Collins.

Ya se había jugado el todo por el todo. Muchos lo definían como un lunático. Hizo una campaña publicitaria en todos los periódicos y diarios de las mayores ciudades de los Estados Unidos, mostrando un paraíso tropical, con bellas mujeres en vestidos de baño cortos, sin medias veladas, atrevidas, góndolas venecianas paseando en canales con el Flamingo en el fondo, y con un elemento muy singular: Carl y Rosie, los elefantes de Carl Fisher.

Fisher y su pareja de paquidermos asiáticos habían creado una reputación, la gente no podía creer que un elefante estuviera en la playa, era un concepto absurdo, de avant garde. Se podría decir que su maniobra publicitaria fue como la de la Fuente de Marcel Duchamp, rompiendo todos los esquemas, para hacer un impacto en el público.

Rosie y Carl ayudaron no solo a la construcción de los hoteles,  se volvieron figuras importantes en el transporte de diferentes materiales. Estos se dedicaban a mantener a los huéspedes entretenidos con su exótica apariencia, su versatilidad, y también asistían a eventos privados. “Baby Carl” animaba cumpleaños para los niños, su docilidad lo hacía ser muy tierno y majestuoso, además de ser siempre fotografiado, instantáneas que luego eran reveladas en Indianápolis, Chicago, New york, entre otras ciudades.

Rosie era mucho más grande, ya tenía más experiencia, ayudó en la construcción del Lincoln y El Flamingo, donde se pasó la mayoría de sus días y en el campo de golf del Flamingo, fue usada para una de las mejores maniobras publicitarias de la época.

Cuando el recientemente electo  presidente, Warren Harding visitó la Florida, meses antes de tomar posesión, quiso tomarse unas pequeñas vacaciones, algo discretas. Bajó desde el norte del país en su bote en el que planeaba quedarse, para no llamar mucho la atención de los medios, pero Fisher tenía un plan grandioso para atraer inversionistas a la playa. En ese momento, no lo hacía tanto por el dinero, solo era como él decía; “por ver el polvo volar”, cuando caminaba ingeniando campañas publicitarias.

Fisher convenció a Harding para que fueran a su hotel, el Flamingo, donde lo esperaban una botella del mejor whiskey y un buen juego de póker. Para los siguientes días, salieron fotos impresas en todos los diarios del país, en las que se veía  a Harding ¡Jugando Golf encima de Rosie! Era un espectáculo del cual los jóvenes millonarios querían disfrutar.

West Palm Beach era para los viejos millonarios, los que nacieron con la plata. Miami Beach era para los que empezaron vendiendo bicicletas, y ya tenían diferentes sucursales; los negociantes de vanguardia, los hechos a sudor y dolor, y que ahora querían un lugar para despejarse, y jugar golf encima de un elefante tan majestuoso. Claramente todo el mundo empezó a hablar de Miami Beach y mucho más cuando el presidente quería regresar por lo bien que la había pasado en el Flamingo, donde hasta cantantes italianos en pantalones de gamuza roja le cantaban mientras paseaba por los jardines.

Después de 1926, un año bastante trágico para Fisher por un huracán que hizo bastante daño en la península, fue cuestión de tiempo para que su imperio se empezara a deteriorar. Tres años más tarde, la devastadora depresión de 1929 lo dejó  prácticamente en bancarrota. Un hombre de una fortuna de más de $100 millones de dólares, era relegado a recibir solo unos miles al mes. La gente le veía caminar muy amablemente por las calles de la playa por mucho tiempo, hasta su muerte en 1939.

Fisher nunca se hubiese imaginado, cómo esta ciudad se desarrolló y hoy es una urbe turística de talla mundial, con playas paradisíacas y el recuerdo de una pareja de elefantes, que fueron la táctica perfecta para hacer un sueño realidad.